Las artes marciales internas, al igual que ocurre con los diferentes estilos que conforman la vía marcial externa, se nutre de diferentes elementos filosóficos y culturales propios del pueblo chino.
Desde sus orígenes, el taoísmo más primitivo, ha indagado en las formas de asemejar el fenómeno humano al fenómeno universal. El Qi se presenta así como elemento común que nos conecta con todo lo que nos rodea, es el eje de esta vinculación que fusiona lo individual de la persona con el resto del universo manifestado.
Hablar de Qi, cultura o filosofía en un mismo contexto parece extraño desde el punto de vista racional. Esta triada de elementos diverge en panoramas habituales muy diferentes, todos ellos vinculados a la persona y a su interacción con el medio.
En el caso de los sistemas marciales internos, la conjugación de estos elementos se da de una forma natural desde el mismo principio que conforma el arte en concreto que pretendamos estudiar. Las bases filosóficas de sistemas como el Tai Ji Quan, el Xingyi Quan o el Bagua Zhang, se establecen sobre teorías profundas del ámbito taoísta como son el Taiji (yin/yang), los cinco elementos (Wuxing) o los ocho trigramas (Bagua).
Estas interpretaciones teóricas en el ámbito marcial de elementos propios de la filosofía y el culto religioso ancestral de la cultura china no es añadida o «derivada de», como podría suscitarnos un análisis deconstruccionista de la historia y fundamentos de cualquiera de los estilos. En nuestra visión segmentadora de las génesis marciales chinas, caemos en la necesidad de establecer un origen y una línea homogénea de desarrollo, lo cual no se corresponde con la realidad profunda del contexto en el que estas manifestaciones surgieron.
Hablar de artes marciales en China es hablar de cultura, de tradición, de historias plagadas de interacciones entre danza, medicina, astrología o guerra. El mismo comienzo de la práctica marcial encierra en sí la toma de contacto con elementos culturales muy distantes de las experiencias culturales normales de cualquier occidental.
Ahora somos quizá un poco más receptivos a esta interpretación folklórica del fenómeno marcial chino gracias al cine y a la difusión deportiva de versiones externas del arte en general. Las exhibiciones de los monjes de Shaolín o de Wudang, tan popularizadas últimamente, nos muestran parte de este legado cultural que no siempre había estado difundido con la intensidad con la que se están proyectando actualmente hacia el mundo entero.
Este enredo, entre difusión y cultura, no queda exento de la participación exótica de la charlatanería habitual, que promueve la autoayuda sin condiciones a través de la práctica superficial de estos sistemas. Esta utilización mediática de una práctica tan profunda como resultan ser las artes marciales internas, augura una difusión equivocada de las mismas sin precedentes hasta nuestros tiempos.
Quizá resulte necesario dar traslado a las nuevas generaciones de mensajes ancestrales a través de un lenguaje moderno que sea realmente perceptible por nuestra realidad actual. Sin embargo, por pesimista que pueda parecer esta valoración, las dificultades para que esta realidad sea justa con la esencia que se intente transmitir son enormes.
Cuanto más se banaliza y folkloriza exóticamente la práctica de las artes marciales chinas internas, más nos alejamos de sus reales fundamentos y más se traduce su imagen a un ideal comercial definitivo.
La realidad de la práctica marcial establece unas necesidades de tiempo concretas que chocan frontalmente con la necesidad actual de rápidos resultados. El orden de evolución de la persona en el contexto del arte es lento, no exento de esfuerzo físico y mental y, sobre todo, de implicación vital en los principios que el arte en su conjunto representa y pretende transmitirnos. La calidad del profesor en su metodología es fundamental en la transmisión de las ideas contenidas en cada fase del proceso, en cada detalle del movimiento, en cada aspecto de nuestro enfoque mental sobre la práctica.
El primer gran problema de esta propuesta de entrenamiento es la imagen de reclamo de la que parte para presentarse. La mayoría de las personas que se aproximan a trabajos como el del Tai Ji Quan buscan una imagen ideal transmitida comercialmente. Gente risueña que disfruta de un día soleado en un prado verde y que realiza suavemente una serie de movimientos lentos a la vez que su pelo dorado se mueve con el viento. De fondo una música maravillosa se adapta a esta movilidad y todos los que lo rodean perciben casi un aura de santidad en la imagen que desarrolla esa danza. El gran problema de superficialidad en el que se encuentra nuestra sociedad atraca en este puerto con toda su flota de bagatelas para cargarse definitivamente la puerta de acceso a la realidad de la práctica interna.
Desde este panorama, cuando la persona se aproxima a un centro de estudio y práctica de Tai Ji Quan no busca realmente la propuesta profunda del estilo, busca la imagen del anuncio que le ha producido una proyección de sí mismo limpia, serena, iluminada y feliz, algo que todo el mundo desea. Este conflicto de intereses determinará, en gran medida, la adaptación del profesor a esta imagen falsa de la práctica marcial interna o del alumno aceptando que la realidad de lo que pretende tiene fórmulas diferentes a las imaginadas.
Resulta fundamental aclarar que la práctica tradicional busca un punto de equilibrio absoluto en la persona, con un dinamismo en la manera de interpretar los envites de la vida que nos permita reajustar, de forma efectiva, ese equilibrio para mantenerlo en el tiempo y en las circunstancias colindantes. Nos propone desarrollar una capacidad de esfuerzo progresiva desde un trabajo no extenuante, pero no exento de exigencias físicas y mentales. El Tai Ji Quan es también una forma de meditación en movimiento, pero meditación y movimiento son una misma idea en el contexto de las artes marciales internas. La mente que medita es una mente que se adapta a los vaivenes que pretenden descontrolarla. Es una mente que evoluciona desde la serenidad propia de un estado concentrado en la dinámica corporal. El cuerpo va memorizando y reproduciendo, clase tras clase, cada técnica, cada movimiento concreto, hasta conseguir los automatismos motrices oportunos que permitan a nuestra conciencia una observación más profunda de los procesos que tienen lugar en nuestra respiración, en nuestra circulación y en nuestras sensaciones en general.
Todo este proceso de regulación, de memorización, de concentración y de esfuerzo general, es una maravillosa propuesta de evolución que nada tiene que ver con imágenes externas de nosotros mismos. Todo ocurre interiormente, toda nuestra percepción de los acontecimientos se va volcando progresivamente hacia nuestra parte más profunda para emerger desde allí en un orden equilibrado que nos permita realmente disfrutar del día soleado en el prado sin necesidad de reflejar imágenes televisivamente inducidas.
El velo de la ilusión que nos impide la pura percepción de la realidad que nos afecta comienza en la imagen proyectada de un presente que se nos escapa desde nuestra posición en las gradas del observador de sí mismo. No podemos percibirnos si tenemos que percibir la imagen de nosotros percibiéndose a sí misma. Esta imagen mareante de fractales de nosotros sobre nosotros y a su vez sobre nosotros, es un bucle interminable que nos aleja cada vez más de la realidad.
El movimiento de los sistemas internos pretende volvernos a la sensación real del instante, nos movemos y conectamos con el presente en una observación sin mediciones de ese momento. La respiración, el pensamiento, el movimiento y la energía de todo nuestro ser, se articulan en una dinámica conjunta que evoluciona, se expande y se contrae, se traslada en el tiempo y en el espacio, para reencontrar constantemente el presente en su máxima magnitud.
El instante que transcurre se disuelve en la línea del tiempo y nuestros recuerdos y experiencias lo hacen al unísono quedando tan solo un leve eco de lo ocurrido momentos antes, todo esto como un anuncio anticipado de la efímera existencia física de nuestra emanación personal.
Los antiguos maestros buscaban incansablemente la longevidad, la inmortalidad del cuerpo y del espíritu. Eran conscientes de lo valioso que era el instante como presencia fundamental de la consciencia que nos anima, un instante inmediato que contenía todas las respuestas a nuestras preguntas formuladas siempre desde la proyección pasada o la futura para entretener la percepción fundamental de las cosas.
Cuando practicamos en el ámbito que proponen los sistemas marciales taoístas, el significado de arte marcial cobra su máxima relevancia. El entrenamiento es un momento de combate contra la superficialidad de la vida, contra el éxodo de nuestra propia consciencia que juega en los campos del pasado y del futuro perdiendo constantemente el presente.
La preparación marcial de nuestro cuerpo, su fortalecimiento, el desarrollo de las capacidades fundamentales del arte buscan, entre otros, establecer un elemento sólido que se posicione en el presente con las raíces dinámicas necesarias para enfrentarse a la vida con la valentía del que conoce de antemano el final de su propia historia física. El Tao aparece como una certeza de desconocimiento sobre aquello que angustia nuestra existencia en cada momento en el que el ego se atreve a plantearse la eterna pregunta de la trascendencia.
En el presente absoluto no existen esas preguntas y la ansiedad que llevan aparejadas se diluye en la percepción intemporal del instante presente. En ese momento todo lo que el individuo es y representa se manifiesta en términos de eternidad y de universalidad. La inmortalidad real está en el presente absoluto vivido en toda su magnitud, en toda sus consciencia, en toda su interioridad y conectividad del entramado del universo.
Cuando estudiamos los textos clásicos del taoísmo o escuchamos los consejos de un maestro, nos encontramos con direcciones culturales muy marcadas y, por supuesto, en lenguajes que suenan discordantes a los tonos de nuestra sociedad y nuestra cultura actual. Buscamos el placer definitivo sin comprender, como nos plantea la teoría del yin y del yang, que éste coexiste con una visión absoluta de la realidad del sufrimiento.
Estas dos realidades se entremezclan en las líneas de tiempo y espacio de nuestra existencia vinculadas a nuestra sociedad y a nuestra cultura en general. El peso de la moral, la religión, la familia o la sociedad, determina nuestra realización de una forma alarmante. Los canales para recibir esta presión están abiertos desde el comienzo de nuestras vidas en un entorno educativo orientado hacia la formación profesional de la persona, por encima de la formación humana que reclamaban los antiguos maestros. Vivimos en el mundo de la absoluta injusticia porque las manifestaciones del presente han sido invadidas por el uso político del recuerdo pasado y la utilización comercial del incierto futuro.
En este contexto ¿podemos realmente acercarnos a ideas tan divergentes como las del taoísmo filosófico? Podemos hacerlo sin duda. Necesitamos hacerlo para que el espíritu real del ser humano permanezca vivo por encima de los intereses y de las presiones antes mencionadas. Debemos escapar de la cacería a la que está sometida nuestra interioridad y refugiarnos ocasionalmente en ella para alimentarla y darle el presente completo como alimento para su supervivencia.
Ahora más que nunca resulta imprescindible adoptar esta visión holística de la existencia alejándonos de los charlatanes, de los gurús, de los alarmantes profetas tecnológicos cuya misión fundamental debería ser curar las heridas que han producido a la existencia humana.
Quizá estamos muy lejos en el tiempo y en la cultura de lo que decían los denominados «inmortales taoístas», pero su mensaje intemporal, ese que ha pervivido a lo largo de los siglos sin variar ni un ápice su esencia, señala hacia el interior de la persona como única solución para el equilibrio de su existencia, el equilibrio del que nace la feliz longevidad del espíritu en el presente absoluto de nuestra consciencia intemporal.