Decididos
a hacer este pequeño pero incesante viaje, es el momento de hacer las maletas,
sacar los mapas, comprar los billetes y dar el primer paso. Instrucciones
relativamente fáciles pero que requieren de la suficiente energía como para
emprenderlas.
¿Cómo
empezamos? ¿Qué objetivos, qué planes debemos abordar para explorar nuestra
interioridad olvidada y encontrarnos antes del desconcierto absoluto? Nuestro
día a día, nuestra sociedad, nuestro entorno en general nos ofrecen mil maneras
de entrar en acción rumbo a nuestro destino desconocido. En nuestro viaje nos
debe acompañar un único elemento, uno sencillo, uno que no se puede romper u
olvidar en algún sitio: «una idea».
La
mística nos invita a no pensar, pero para llegar a este no pensamiento tenemos
que cruzar el río de nuestro propio desconcierto, de nuestra realidad presente
inundada de elementos que iremos conociendo en el viaje. El mejor barco, el
mejor elemento de flotación para cruzar ese rio es una idea lo suficientemente
fuerte, estable, coherente con todo lo que somos ahora mismo e irrebatible. Una
idea que nos mantenga a flote cuando lleguen las corrientes, cuando el nivel
del rio sea mínimo, cuando otros como nosotros intenten abordarnos, sobre todo,
cuando la duda haga su trabajo. Nuestra idea a de ser simple, concreta, pura.
¿Cómo encontrar esa idea, ese motor de flotación sobre el que vamos a cruzar el
rio que nos lleva hasta nuestro principio y sentido real?
Si
partimos de la base de que la experiencia de la realidad última transciende la
capacidad de comprensión racional, podemos fijar una idea de partida bastante
útil para nuestro periplo. Somos de momento una insignificante individualidad
racional que pretende ser algo frente a una magnitud creativa inconmensurable,
como resulta ser el universo que nos rodea, nos contiene y nos da forma. Para
captar plenamente el presente debemos dejar de reflexionar sobre todas las
cosas, tenemos que fijar nuestro foco, nuestra energía mental absolutamente en
un modelo de observación no discriminativa, no evaluativa, una visión que no
opine sobre lo que está viendo, que no lo filtre por ninguna rejilla de
nuestras experiencias, nuestra personalidad, nuestros recuerdos o nuestros
pensamientos más acelerados. Necesitamos de base asentar esta idea:
«No
vamos a poder experimentar el momento presente de forma racional porque el
mismo proceso racional nos va a sacar inevitablemente de él».
Incluso
repensar el momento nos sacará temporalmente del momento. Sólo si paramos de
pensar, si paramos de intentar formar una opinión podremos abordar una
captación directa, experiencial, íntegra de cada instante que va sucediendo en
nuestra vida.
¿Cuándo
podemos hacer esto? Podemos hacerlo mientras realizamos cualquier tarea
doméstica que nos exija cierto grado de mecanización: fregar, planchar, pintar,
hacer la colada, recoger y ordenar objetos de la casa, preparar la comida, etc.
También podemos intentar este estado durante el acto de caminar, descansando la
mente mientras nos dirigimos a cualquier lugar. Realizar actividades físicas
que impliquen observación concentrada para su realización puede ser un buen
pretexto para poner en práctica este principio introductor.
Detener
la reflexión será prácticamente imposible si previamente no educamos a nuestro
pensamiento a no dispersarse involuntariamente. Nuestro pensamiento, tal y como
resaltábamos en el primer post, es fabricado por nosotros. Nosotros lo
producimos y no obedece realmente de forma directa a los estímulos externos,
obedece a la educación que le hemos planteado para reaccionar sobre esos
elementos externos. Por lo tanto, puede volver a ser educado y ajustado según
lo necesitemos.
Para
hacerlo debemos ir reduciendo los ámbitos de movimiento en los que opera
habitualmente. Un primer punto de partida podría ser observar nuestro proceso
respiratorio puntualmente. Dedicar unos minutos al día a contar nuestras
respiraciones sin pensar en nada más, solo en mencionar mentalmente la fase de
inhalación y la fase de exhalación durante unos minutos. Podemos conseguir con
ello una reducción de los espacios de dispersión del pensamiento y, por lo
tanto, iremos poco a poco obteniendo el dominio que necesitamos sobre él.
¿Por
qué necesitamos controlar el pensamiento? Como decíamos en párrafos anteriores,
si la razón interviene nos sacará de la percepción real, pura e integral del
presente. Cualquier intento que hagamos de penetrar en el presente con un
proceso racional en marcha lo disolverá inmediatamente.
También
es posible que abordar este control del pensamiento nos active otros
pensamientos colaterales. Si vemos que el proceso se convierte en una batalla
tenemos que utilizar un mantra coherente para silenciar momentáneamente el
ruido. Nosotros recomendamos uno muy simple y a la vez efectivo: «CALMA»
Esta
palabra contiene todo lo que necesitamos. Cuando los procesos racionales nos
abrumen, tenemos que decir en silencio, relajando el cuerpo y la respiración,
con las manos en el corazón la palabra «calma».
Crear
un hábito de descanso mental, de focalización específica del pensamiento nos
permitirá, poco a poco, ir percibiendo un presente sin intervención de nuestros
estratos anteriores y nuestras proyecciones posteriores. Podremos dar un paso
para comenzar nuestro viaje.