«Porque nunca el alma que no haya visto la verdad puede tomar figura humana.
Conviene que, en efecto, el hombre se dé cuenta de lo que le dicen las ideas,
yendo de muchas sensaciones a aquello que se concentra en el pensamiento. Esto
es, por cierto, la reminiscencia de lo que vio, en otro tiempo, nuestra alma,
cuando iba de camino con la divinidad, mirando desde lo alto a lo que ahora
decimos que es, y alzando la cabeza a lo que es en realidad. Por eso, es justo
que sólo la mente del filósofo sea alada, ya que, en su memoria y en la medida
de lo posible, se encuentra aquello que siempre es y que hace que, por tenerlo
delante, el dios sea divino. El varón, pues, que haga uso adecuado de tales
recordatorios, iniciado en tales ceremonias perfectas, sólo él será perfecto.
Apartado, así, de humanos menesteres y volcado a lo divino, es tachado por la
gente como de perturbado, sin darse cuenta de que lo que está es
«entusiasmado».
Fragmento extraído del dialogo de Platón «Menón»
Revisar
nuestro interior no es tarea fácil. La hacemos de la misma forma que
pretendemos revisar un armario lleno de recuerdos o de ropa que no utilizamos
antes de deshacernos de su contenido. Lo intentamos enfrentándonos a la
aparente dificultad de decidir qué tiramos y qué dejamos almacenado.
Vivir es
decidir, constantemente, en cada instante. Decidimos sobre todo y para ir
perfilando en cada momento hacia dónde nos dirigimos. Esta constante decisión
nos abruma de la misma forma que nos puede acongojar la tarea de limpiar un
almacén lleno de objetos olvidados.
Para
decidir, para tener claro qué sí o qué no, verbalizamos una y otra vez mensajes
vinculados a esos objetos, recuerdos que nos llegan incesantes reclamando su
autoridad a la hora de fijar qué se va a hacer. Todo este cúmulo de decisiones
constantes parecen vitales pese a la ridícula importancia que tienen respecto a
otros fragmentos de nuestras vidas.
La cuestión
es mucho más seria que la de un almacén lleno de objetos que no utilizamos,
pero no difiere en absoluto del acto en sí de la limpieza. Cuando comenzamos
esta ruta de desprendimiento progresivo, cuando optamos por revisar los
estantes del recuerdo para vivir el presente real con intensidad y poder
experimentar el sentido profundo de cada momento de nuestra vida, nos
planteamos algunas condiciones que requerían una acción decidida, una acción en
muchos casos sin retorno.
Nuestro
recuerdo almacena muchos fragmentos torcidos de nuestros actos. La vida, en su
proceso incesante de ensayo y error, no debería obligarnos a guardar los
despojos de aquellos experimentos fallidos, aquellos instantes vividos en los
que la falta de equilibrio nos llevó a tomar la decisión equivocada o la acción
inoportuna. El proceso es lo que realmente cuenta. Pedal a pedal hacemos
avanzar nuestras vidas dejando atrás aquello que ya ha cumplido su función
inmediatamente temporal. Este almacén de recuerdos, este armario de ropa sin
usar, deberíamos descargarlo de todo aquello que nos impide localizar
rápidamente aquello que sí nos es útil, conscientes de que nuestro espíritu
actual ya lleva impresa claramente la marca de aquello que fue un error pero
que trascendimos en el acto de madurar.
Esa es una
de las grandes decisiones que debemos tomar para seguir adelante. Desvincular
de nuestro corazón el recuerdo innecesario, aquello que no sirvió, que dañó lo
justo para hacernos variar el rumbo, que nos mostró aquella parte de nosotros que
no queremos alimentar nunca más. Podemos guardar estos recuerdos en lo más
profundo de nuestra mente, pero su presencia recurrente nos impedirá vaciarnos
del todo en la luz que buscamos.