Este circo
comercial nos está llevando a aberraciones de todo tipo vinculadas a una visión
superficial de lo que son las artes marciales como forma de expresión humana en
sus múltiples facetas. Es cierto que una parte importante de su esencia se basa
en el diseño de técnicas efectivas para la autodefensa y el combate. Pero no
podemos olvidar que lo que ha llegado hasta nuestros días, tanto en los
sistemas orientales como en algunos occidentales, es el resultado de un proceso
en el que las corrientes militares, monásticas y civiles han conjugados sus
fundamentos en una forma ecléctica de actividad artística en la que se han
integrado los elementos internos y externos de la lucha constante del ser
humano en su proceso vital.
El Taijiquan es uno de los métodos peor
parados de esta visión superficial al haberse confundido radicalmente su
esencia. La necesidad o no de un método marcial en el siglo XXI está
constantemente puesta en tela de juicio, sin embargo todos los días nos llegan
noticias que hacen pensar lo contrario.
La violencia no se
ha superado y no se conseguirá superar en un periodo de tiempo bastante grande
si no se produce un cambio profundo en nuestra sociedad, una sociedad que a
veces pretende encubrir bajo el título de arte a otras formas aberrantes de
violencia que nos alejan de los elevados valores a los que podría aspirar el
ser humano bajo dicha definición. Estas formas encubiertas de violencia en el
ámbito popular, tanto hacia lo artístico como a lo cultural, nos ponen de
frente con el arraigo que esta hipocresía institucionalizada tiene en nuestra
sociedad.
Todos necesitamos
practicar artes marciales en un entorno en el que la violencia fluye como una
savia oscura en lo más profundo de nuestra colectividad. Lo necesitamos para
enfrentarnos a las puntas desbocadas del desorden social que esta tendencia
provoca, y lo necesitamos para enfrentarnos a nuestros propios conflictos
interiores relacionados con una estructura moral contradictoria que tiene que
vérselas todos los días con el oscuro reflejo de su propia incongruencia. Necesitamos
hacerlo pero con unos nuevos valores que tengan consistencia real en el siglo
XXI en el que la información, la tecnología, los modos de vida urbanos y el
tejido empresarial y económico rigen el ritmo general del grupo humano. El arte
marcial del siglo XXI no puede ser exclusivamente una propuesta guerrera en
última instancia ni tampoco un sistema que no tenga una utilidad práctica en
última instancia. Es el momento de volver la mirada al Taijiquan como opción que pueda servir a estas necesidades.
Milicia y monacato
se dan cita en una forma de arte marcial sutil, amplia, filosófica y natural,
en la que los principios de flujo, cesión, regulación y autocontrol son pilares
fundamentales de su más directa filosofía. Con esta bipolaridad complementaria
de enfoque hacia la contienda exterior y hacia la contienda interior, parece
innecesario resaltar la necesidad de no amputar al arte ninguna de sus facetas,
facetas que muestran la capacidad que tuvieron los antiguos maestros para unir
el agua y el aceite de dos formas de entender la gestión del conflicto sin
renunciar a ningún elemento propio de su cultura, de su filosofía, de su mitología,
ciencia o religión.
En el Taijiquan nos encontramos todos estos
elementos en un gran crisol maravillosamente orquestado y con un sentido tan
actual que apenas es relevante preguntarse sobre su funcionalidad. Cualquiera
que lo practique en toda su dimensión descartará de inmediato esta pregunta. Sin
embargo, nos encontramos ante una situación difícil en la que definir el
objetivo de la enseñanza popular del arte marcial se torna fundamental para no
equivocar al interesado y no engañar al iluso. Muchas personas ven el Taijiquan como una forma de yoga
dinámico con adornos taoístas que le confieren un exótico atractivo. Los que se
aproximan al aprendizaje de este arte desde esa perspectiva se pueden llevar un
enorme chasco cuando el profesor comienza a plantearles ejercicios que
conllevan contacto con finalidad aplicativa de las técnicas contenidas en las
formas. Este es uno de los grupos más numerosos de interesados por el Taijiquan como disciplina alternativa.
Por otra parte,
las personas que buscan un sistema de autodefensa y se topan de frente con un
aprendizaje que compite en lentitud con la propia dinámica de ejecución de las
formas más simples, simplemente dejan de mirar en esa dirección para fijar su
mirada en otras ofertas que representen, quizá de una forma más convincente, el
estereotipo que previamente han fabricado en sus cabezas.
Estando así la
situación, es difícil imaginar una evolución integral de un arte tan mal
vendido de partida. Por otra parte, un arte marcial tan disonante en su mensaje
inicial con el ritmo social en el que vivimos inmersos no deja de parecer
contradictorio y obliga a los profesores a reenfocar sus objetivos evolutivos
en la línea de lo que la demanda comercial les exige.
Tendremos que
detenernos a analizar esta situación si queremos entender realmente cuáles son
los objetivos finales de la práctica, tanto para los potenciales alumnos como
para profesores dedicados a difundirla.