domingo, 5 de septiembre de 2010

La práctica continua del Tai Ji Quan II

Volvamos a la segunda cuestión: ¿Qué necesidad real hay de profundizar o ir más allá de una práctica ocasional?
Veamos, si nuestro entrenamiento cumple el objetivo propuesto a través de un par de sesiones de entrenamiento guiado a lo largo de la semana, seguramente no tendremos que responder a este punto, bastará con mantener la constancia en el trabajo y punto.
Sin embargo, en el caso de que la práctica continuada nos presente cuestiones más profundas, seguramente tendremos que abordar la cuestión para generar las respuestas motivadoras precisas; aquellas que guíen nuestra energía psíquica en el camino del esfuerzo hasta la comprensión y motivación real de nuestra búsqueda.
¿A qué nos referimos entonces? Básicamente precisamos introducirnos en el sistema en la medida que nuestra práctica nos lo vaya requiriendo y, este requerimiento, tendrá mucho que ver con los efectos que, a todos los niveles de nuestro ser, producirá el simple trabajo estructural, corporal y respiratorio del TJQ.
En esta lógica, bastaría dejar que las cosas ocurriesen y, a partir de ahí, responder con naturalidad a los estímulos del entrenamiento, tanto al nivel de mantener la práctica, como al nivel de determinar un mayor compromiso con nuestra búsqueda personal dentro del entrenamiento.
Quizá el único requisito que para ambas cuestiones sería exigible, tanto en la práctica habitual sin profundizaciones, como en el estudio concienzudo de las raíces más profundas, sería la constancia en el entrenamiento como condición fundamental para que el resultado sea satisfactorio a nuestras pretensiones iniciales.
Aunque tiene un sentido metafórico, muchos maestros coinciden en afirmar que un día de práctica es un día que ganamos en evolución y un día sin práctica equivale a 10 días de pérdida.
Esta afirmación no es realmente una exageración. Toda la teoría moderna del entrenamiento deportivo apunta en esa dirección y, en cualquier caso, siempre se recomienda una constancia en el entrenamiento para conseguir una mejora de rendimiento y una progresión en los objetivos fijados por medio del sistema utilizado para entrenarnos.
El TJQ es un entrenamiento, con muchas finalidades, muchas posibilidades, mucha cultura y sociedad a sus espaldas, pero no deja de ser un entrenamiento en el que el reencuentro con el ser real que somos aparece, en latitudes elevadas, como el máximo objetivo de la práctica marcial.
Por este motivo tenemos que plantearnos si, realmente, podemos o no permitirnos el lujo de mantener una constancia de entrenamiento de tan sólo dos horas o tres a la semana y, sobre todo, revisar realmente qué tipo de excusa nos estamos poniendo para evitar el relativo esfuerzo que este tipo de entrenamiento requiere.
La práctica no tiene descansos al igual que la vida no para de transformarse siguiendo las leyes de la naturaleza. Realmente no hay un motivo para dejar de practicar, no hay una excusa que justifique que dejemos de dedicar a nuestro interior dos o tres horas a la semana.
Todas las horas que dediquemos al entrenamiento serán productivas para abordar otras actividades con más agilidad física y mental, con mejor estado de salud y con más ilusión y alegría. Todo lo que invirtamos en desarrollarnos interiormente son futuras píldoras que evitamos tomar para el estrés, el insomnio, la tristeza, la depresión y otras muchas dolencias que, con un poco de esfuerzo, pueden evitarse.
¿A qué se debe pues el absentismo que se sufre en muchas escuelas tradicionales de práctica? En numerosas conversaciones entre profesores de diferentes estilos, hemos podido observar que existe una crítica de base a la actitud del practicante occidental. El hecho de que seamos una cultura que se basa en novedades, cambios de moda, evolución estética, transformación vertiginosa de los valores sociales y económicos, nos hace proclives al abandono de todo aquello que parezca ser una rutina o, en última instancia, que plantee la energética motivacional en plazos relativamente reducidos.
En boca de algunos grandes maestros, somos unos continuos comenzantes. Aunque la palabra no sea muy acertada, su finalidad define perfectamente nuestro estado de compromiso, no ya con cualquier práctica, sino con nosotros mismos.
Lejos de extremismos y obsesiones, deberíamos afrontar la realidad de lo que somos: seres impermanentes pero con necesidades continuas. No podemos dejar de beber y de comer, de respirar, de dormir ni de relacionarnos. Nuestra vida está plagada de rutinas imprescindibles en el contexto de lo existencial. Introducir otras rutinas a veces se ve justificado bajo un estipendio remunerativo. Trabajamos ocho horas al día por un sueldo, estudiamos otras tantas para conseguir un empleo o desarrollamos una profesión que tendrá, incluso en los casos más vocacionales, un interés de manutención para la vida. Realmente, si nos paramos a pensarlo, las rutinas que somos capaces de mantener son aquellas que nos aseguran una economía y, por ende, una supervivencia.
Llegados a este punto, resultaría casi imprescindible, lejos de todo dogmatismo, plantearse las cosas desde otro punto de vista. El ser humano está vivo, necesita moverse, respirar, sentir, evolucionar en lo físico y en lo psíquico. La vida no puede ser una mera supervivencia cuando la consciencia nos ha invadido hasta este punto. Comprendemos, sentimos, somos conscientes, una realidad que, citando a Teilhard de Chardin, nos configura como un fenómeno existencial en el contexto del universo. Todo estos atributos, todas estas pretensiones de conciencia, no pueden quedarse en las superficies de lo que nos venden, no pueden resumirse en un comprar y vender desde que nacemos hasta que nos morimos.
Necesitamos fortalecer otros valores que nos permitan vivir más sanos y felices, que nos ayuden a comprender la real naturaleza del ser humano que, en última instancia, no es ni bueno ni malo de raíz, es ante todo un ser que decide lo que quiere ser. Este libre albedrío deberíamos ejercerlo desde la comprensión de nuestra real naturaleza, nuestro real sentido y nuestras reales necesidades, para poder caminar libremente en la dirección que esa naturaleza y sentido nos marcan.
No sabemos exactamente a dónde vamos, pero sin ninguna duda «somos» y marchamos de forma consciente por la vida.
El Tai Ji Quan, como cualquier arte marcial tradicional, no se nutre de un compendio técnico a partir del cual aprender a destrozar a otras personas. Como sistema busca en las raíces más profundas del ser humano su naturaleza real, nos enfrenta a través del movimiento consciente, de la respiración consciente y del enraizamiento en un presente que discurre sin interrupciones, con lo que realmente somos. Lo que podemos ser es una constante que se perpetúa a través del día a día de nuestra vida.
Vamos y venimos, pero lo humano permanece y evoluciona a través de unos valores que cada vez se pierden más en la amalgama de novedades con la que nuestra sociedad nos bombardea. No debemos verlo como algo negativo, pero sí necesitamos preservar nuestra realidad interior para no vivir a merced de estas tendencias que no tienen que ver con el ser humano realmente; tienen que ver con una sistemática de ventas y productividad que difiere mucho de las necesidades reales de cualquier persona normal.
Practicar a diario, no sólo es un acto de voluntad y motivación; es una apuesta por nuestra capacidad de decidir y de instaurar patrones en nuestra vida que nos ayuden a desarrollarnos. Un día de práctica es realmente un día ganado a la desidia. Es un día empleado en demostrarnos a nosotros mismos que realmente somos los que decidimos. Es una hora en la que, lejos de cualquier tendencia, estamos dónde queremos estar, en la convicción de que el tiempo empleado en ello es un elemento de refuerzo para nuestra búsqueda real en la vida.
No practicamos exclusivamente para ser más fuertes, valientes y decididos. Practicamos a diario para sentirnos en conexión con nuestro cuerpo. No hay descanso en nuestra necesidad de sentirnos reales, como no puede descansar nuestro corazón en el trayecto que dura la vida. Comprender este vínculo entre la naturaleza incansable de nuestro corazón y el sentido de nuestra motivación existencial en la vida nos aportará toda la energía que necesitamos para vivirla en felicidad, en salud, en amistad y en desarrollo personal a través de una práctica como el TJQ.