domingo, 26 de octubre de 2014

Viajando a través del tiempo

Decía Einstein que vemos la luz del atardecer anaranjada y violeta porque llega demasiado cansada de luchar contra el espacio y el tiempo. A veces, nosotros también llegamos al final de la jornada en las mismas condiciones. El tiempo parece ir cada vez más deprisa y la sensación, con el paso de los años, se acentúa tanto que llegamos a imaginar que su propia dinámica está cambiando.
¿Qué nos ocurre? ¿Por qué se nos aprieta tanto el tiempo que los días parecen volar y el presente se nos escurre casi sin darnos cuenta? Esta es una cuestión que bien merece ser reflexionada.
La vida es sin duda algo maravilloso, algo rotundo y bello que evoluciona en fragmentos de tiempo cuya cadencia, ritmo y proporción apenas podemos llegar realmente a imaginarnos desde nuestra leve existencia temporal. Nuestra gran herramienta para la interpretación de todo este universo son la mente y sus consejeros (los sentidos), estos gestionan nuestra experiencia emergente dándonos toda la información que necesitamos para sentirnos una parte indivisible, aunque separable, de este todo inmenso que es el universo.
Nuestra psique nos susurra la proporción de lo que nos llega. Algo es lo suficientemente preocupante, o no, en virtud a los parámetros informativos previos que hemos registrado en la plantilla de paradigmas temporales de nuestra mente. Todo está tan condicionado por ese pasado lleno de registros, afirmaciones, ritmos, sensaciones y experiencias combinadas que poco podemos hacer si intentamos volver al pasado para arreglar el entuerto. Pero, aunque esta afirmación pudiera parecernos inicialmente una tontería, es en verdad aquello que solemos hacer metiéndonos en un bucle de pensamientos que no termina porque no podemos viajar a un fragmento inexistente ya de nuestra realidad.
Muchas veces nos enfrentamos a la situación de no poder quitarnos algo de la cabeza que hicimos, que chocó frontalmente contra nuestra estructura de valores predefinida, y nos enredamos más y más intentando cambiar nuestro recuerdo para que este se transforme en soportable.
La mente no funciona así. El olvido ocurre de forma natural pero difícilmente puede operar cuando procesos mentales se empeñan en volver una y otra vez a ese momento para intentar transformarlo. Parece que la solución es bien sencilla, basta con dejar de volver a esa reflexión y poco a poco, esa parte de nosotros que gestiona los recuerdos, hará su oportuno trabajo.
Ahora bien, parece no existir un momento del día en el que podamos dedicarnos a esa tarea de silenciar la mente, de estar en calma, sentados o tumbados, sin prisas ni misiones inmediatas que cumplir. Todo insiste en apartarnos de nuestro momento de meditación. Sin embargo los mecanismos a los que podemos acceder desde la idea de una mística integrada en nuestras vidas son innumerables para solventar este problema del tiempo. Veamos algo más sobre esto.
Partamos de la base de que el tiempo no se distorsiona según nuestras perspectivas personales, es una constante sobre la que nuestra conciencia amplía o reduce significativamente su impresión en base al cúmulo de cuestiones en las que se encuentre implicada a cada momento. Por lo tanto, como punto de partida, debemos confiar en estos elementos fijos para poder desarrollar un sentido práctico a nuestra comprensión del problema. Sigamos.
Por otra parte, la tecnología que nos rodea, su ritmo de funcionamiento, su ritmo de producción, de distribución, de difusión, está progresivamente acelerando en virtud a las exigencias de competitividad que rigen en nuestro sistema social sobrepoblado y ambicioso. Parece evidente que, cuantos más seamos, más se va a ir acelerando todo lo que hacemos.

Esto, lejos de parecernos una locura, deberíamos ir integrándolo dentro de nuestra perspectiva sin oponernos a su incuestionable realidad y, aunque no podemos hacer nada inmediato para parar esta aceleración circundante, sí podemos hacer mucho para que nuestro pensamiento, nuestra conciencia y nuestra acción no se contagien de esta locura progresivamente acelerada.

viernes, 17 de octubre de 2014

El Target del Taijiquan 3 (Final)




Con todo este desaguisado no es de extrañar que cada vez haya menos profesores interesados en enseñar el arte en su conjunto y que, por otra parte, proliferen los esperpénticos personajes salidos de una novela del siglo XIX intentando recrear un entorno quijotesco en una sociedad industrial y tecnológica como es la nuestra. No quiero decir con esto que todos los que pretenden abordar estudios o prácticas señaladas como de órdenes monásticas sean este tipo de personajes, pero el terreno es en realidad muy fecundo para estas emergencias.
En ambos casos, la situación se presenta en toda su crudeza y no debe extrañarnos que, poco a poco, lo que conocíamos como arte marcial interno se termine convirtiendo en gimnasia suave y relajada en la que los elementos místicos del profesor se transfieren al alumno en una especie de alquimia insospechada que siempre suele llevar el sello del «pague usted su iluminación repentina que yo después me quito el moño y me voy de copas». También es posible que sea lo que obedece en justicia para alumnos o interesados a los que no les interesa, valga la redundancia, en absoluto profundizar en nada sino que, por encima de todo, pidan que el arte en su conjunto se adapte al ideal que ellos se habían formado. Un ideal basado en una película, un anuncio, una imagen de una revista o un petardo muy cerca de la cabeza.
En esos casos, parece que el precio nunca es un problema. Cuando la promesa es la iluminación, el reconocimiento como heredero de un linaje que ni los mismos historiadores chinos se terminan de creer, me refiero al Taijiquan, y la imposición de una jerarquía humana que sitúa a unos más avispados por encima de otros sedientos de algo que no saben, ahí si merece la pena pagar lo que haga falta. Si para colmo se entrega diploma certificando la jugada, pues todo el mundo feliz. Esta es la cruda realidad.
Ante esta perspectiva, pocas son las posibilidades que tiene un profesor de Taijiquan que pretenda enseñar el arte en su conjunto. En realidad no tendrá muchas si pretende vivir de su trabajo. Podrá enseñarlo si su medio de subsistencia es otro. A partir de ese momento es posible que decida dar clases en un polideportivo a cuarenta personas cobrando 6 euros la hora en el mejor de los casos. Cuarenta personas de las que unos días repetirán sesión unas y otros días repetirán otras, si la clase de Spinning estaba llena ese día. El panorama aparenta ser desolador de cara a este objetivo.
Pero también existen otras opciones que no hay que descartar. La enseñanza, la cultura, la formación desde los elementos externos del arte pueden cambiar esta perspectiva. Cambiar el objetivo de atracción de los alumnos ofreciendo algo de lo que realmente están buscando.
Los interesados en practicar artes marciales están buscando desarrollar un método de defensa personal, quieren seguridad, fortaleza física, robustez de carácter. Todos estos elementos se pueden encontrar en la práctica marcial interna, pero hay que tener una madurez en la práctica para darse cuenta de ello. Por este motivo, la formación inicial en Taijiquan para interesados en artes marciales quizá debería, tal y como están las cosas, comenzar desde la enseñanza y aprendizaje de una estructura externa de combate, un sistema que integre aquellos elementos tangibles, contundentes y efectivos a medio plazo. A partir de ahí, cuando el yang llegue a su cenit y la técnica se encuentre con otra técnica, el máximo de fuerza con otro máximo de fuerza y la desesperación con la necesidad, en ese momento mágico, es posible que los conceptos de ceder, seguir, transformar y tantos otros cobren un inmediato sentido.
Para llegar a ese momento el alumno debe crecer en seriedad, en humildad. Debe desprenderse de toda la basura televisiva que traía en la mochila. Debe dejar que el profesor haga su trabajo y no imponerle esto o aquello que le ha comentado su vecino. El alumno debería, como se hacía en las antiguas escuelas de artes marciales chinas, respetar a su padre en el ámbito de la formación marcial, entender que su trabajo es sutil, necesario, complejo, lento, interior, personal, transferible, humilde, sincero y digno de confianza. También tiene que definir personalmente su objetivo en la práctica. Desde ese límite, desde el borde final del yang no queda más opción que saltar a lo complementario o quemarse finalmente en una lateralidad consumidora.
Lo relativo a la imagen terapéutica del Taijiquan se puede abordar con otro compromiso o con otros objetivos de desarrollo que no pueden ser enmarcados dentro del concepto de arte marcial propiamente dicho. Quizá Qi Gong o Taijiquan para la salud, no son definiciones tan extrañas si las vemos desde esta perspectiva.
Por estos motivos, desde nuestra experiencia como centro de formación en artes marciales chinas, creemos profundamente necesaria una cultura marcial previa al inicio del estudio de los estilos internos de boxeo chino. No porque esto sea realmente necesario, sino porque se ha convertido en necesidad en nuestra sociedad según lo que comentábamos al principio. Definir bien el objetivo de la práctica y ofrecer a los alumnos la posibilidad de evolucionar personalmente en la comprensión de esta idea es algo, desde nuestro punto de vista, mucho más honesto que disfrazar el arte de misticismo monástico o desgajarlo en su esencia para presentar un modelo que se adecúe a lo que la tele nos muestra en los anuncios de yogur.

jueves, 16 de octubre de 2014

Andando que es gerundio

De las múltiples actividades que realizamos a lo largo del día, parece que caminar es una de las más saludables. Todos los médicos nos lo recomiendan. ¡¡Andar, una fórmula óptima para mantener la salud!!. ¿Mental?
En más de una ocasión me he cruzado en alguno de mis paseos con personas que también paseaban. Unas muy bien equipadas para la caminata matutina, otras en aparente fuga de alguna sombra misteriosa, algunas con auriculares y música de alto voltaje. Otros enchufados a un móvil realmente inoportuno.
Reflexionando sobre esta forma de caminar me pregunto si realmente el acto en sí de caminar es tan saludable cuando se aborda desde esa perspectiva.
Las recomendaciones sobre la salud deberían ir acompañadas de algunas indicaciones básicas sobre la forma de caminar, la intensidad física y mental del ejercicio, sus objetivos reales, sus beneficios específicos. Caminar no es solo desplazarse, es también acercarse a aquello a lo que nos dirigimos o alejarse de aquello de lo que nos despedimos.
De los múltiples actos que podemos acometer en nuestra mística doméstica, caminar es uno de los más interesantes. Pero para hacerlo de una forma útil me permitiré detallar algunas indicaciones para que nuestros domisticados no vayan por ahí en meditación caminada revisando los correos electrónicos en el Smartphone.
El acto de caminar es uno de los acontecimientos que marca una diferencia sustancial entre las especies. Sin que nos sintamos muy importantes debemos asumir que el incorporarnos ha marcado, de algún modo, serias diferencias con nuestros hermanos primates. Sin embargo, pese a esta evolución, parece que en algunos aspectos, sobre todo en el plano de la mística, muchos monos están más cercanos al tao de lo que lo estamos nosotros.
Dado que es algo que nos ha situado tan arriba sobre el conjunto de especies, deberíamos cultivarlo como un acto sagrado del que podemos extraer numerosos beneficios y que puede ser de gran apoyo a nuestra ruta interior.
Calcular cuánto, cómo, por dónde y para qué son algunas de las habituales preguntas que nos hacemos antes de acometer cualquier empresa. En este caso son también harto necesarias.

Podemos interpretar el acto de caminar como un acto de escucha. Nuestro cuerpo al caminar alterna constantemente su peso de una pierna a la otra. Nuestras caderas reciben la carga de nuestra parte superior y la van distribuyendo, rítmicamente, en un vaivén delicioso entre nuestras piernas. Este vaivén, cuando es acompañado por el ritmo alterno de los brazos que se balancean, integra el resto de nuestro cuerpo en una constante experiencia de lateralidades mutantes que nos pueden dar mucha información sobre el estado de tensión de nuestro cuerpo. Como ejercicio entendemos que es de una gran utilidad porque, no solo moviliza nuestra sangre y hace funcionar con mayor intensidad a muchos de nuestros órganos, también nos permite conocer las tensiones que acumulamos en algunas partes de nuestro cuerpo y, en consecuencia, poder abordar los cambios necesarios para disolverlas.

lunes, 6 de octubre de 2014

Despedir el recuerdo

«Porque nunca el alma que no haya visto la verdad puede tomar figura humana. Conviene que, en efecto, el hombre se dé cuenta de lo que le dicen las ideas, yendo de muchas sensaciones a aquello que se concentra en el pensamiento. Esto es, por cierto, la reminiscencia de lo que vio, en otro tiempo, nuestra alma, cuando iba de ca­mino con la divinidad, mirando desde lo alto a lo que aho­ra decimos que es, y alzando la cabeza a lo que es en reali­dad. Por eso, es justo que sólo la mente del filósofo sea alada, ya que, en su memoria y en la medida de lo posible, se encuentra aquello que siempre es y que hace que, por tenerlo delante, el dios sea divino. El varón, pues, que haga uso adecuado de tales recordatorios, iniciado en tales ceremonias perfectas, sólo él será perfecto. Apartado, así, de humanos menesteres y volcado a lo divino, es ta­chado por la gente como de perturbado, sin darse cuenta de que lo que está es «entusiasmado».
 Fragmento extraído del dialogo de Platón «Menón»
 Revisar nuestro interior no es tarea fácil. La hacemos de la misma forma que pretendemos revisar un armario lleno de recuerdos o de ropa que no utilizamos antes de deshacernos de su contenido. Lo intentamos enfrentándonos a la aparente dificultad de decidir qué tiramos y qué dejamos almacenado.
Vivir es decidir, constantemente, en cada instante. Decidimos sobre todo y para ir perfilando en cada momento hacia dónde nos dirigimos. Esta constante decisión nos abruma de la misma forma que nos puede acongojar la tarea de limpiar un almacén lleno de objetos olvidados.
Para decidir, para tener claro qué sí o qué no, verbalizamos una y otra vez mensajes vinculados a esos objetos, recuerdos que nos llegan incesantes reclamando su autoridad a la hora de fijar qué se va a hacer. Todo este cúmulo de decisiones constantes parecen vitales pese a la ridícula importancia que tienen respecto a otros fragmentos de nuestras vidas.
La cuestión es mucho más seria que la de un almacén lleno de objetos que no utilizamos, pero no difiere en absoluto del acto en sí de la limpieza. Cuando comenzamos esta ruta de desprendimiento progresivo, cuando optamos por revisar los estantes del recuerdo para vivir el presente real con intensidad y poder experimentar el sentido profundo de cada momento de nuestra vida, nos planteamos algunas condiciones que requerían una acción decidida, una acción en muchos casos sin retorno.
Nuestro recuerdo almacena muchos fragmentos torcidos de nuestros actos. La vida, en su proceso incesante de ensayo y error, no debería obligarnos a guardar los despojos de aquellos experimentos fallidos, aquellos instantes vividos en los que la falta de equilibrio nos llevó a tomar la decisión equivocada o la acción inoportuna. El proceso es lo que realmente cuenta. Pedal a pedal hacemos avanzar nuestras vidas dejando atrás aquello que ya ha cumplido su función inmediatamente temporal. Este almacén de recuerdos, este armario de ropa sin usar, deberíamos descargarlo de todo aquello que nos impide localizar rápidamente aquello que sí nos es útil, conscientes de que nuestro espíritu actual ya lleva impresa claramente la marca de aquello que fue un error pero que trascendimos en el acto de madurar.

Esa es una de las grandes decisiones que debemos tomar para seguir adelante. Desvincular de nuestro corazón el recuerdo innecesario, aquello que no sirvió, que dañó lo justo para hacernos variar el rumbo, que nos mostró aquella parte de nosotros que no queremos alimentar nunca más. Podemos guardar estos recuerdos en lo más profundo de nuestra mente, pero su presencia recurrente nos impedirá vaciarnos del todo en la luz que buscamos.

domingo, 5 de octubre de 2014

El Target del Taijiquan 2



Este circo comercial nos está llevando a aberraciones de todo tipo vinculadas a una visión superficial de lo que son las artes marciales como forma de expresión humana en sus múltiples facetas. Es cierto que una parte importante de su esencia se basa en el diseño de técnicas efectivas para la autodefensa y el combate. Pero no podemos olvidar que lo que ha llegado hasta nuestros días, tanto en los sistemas orientales como en algunos occidentales, es el resultado de un proceso en el que las corrientes militares, monásticas y civiles han conjugados sus fundamentos en una forma ecléctica de actividad artística en la que se han integrado los elementos internos y externos de la lucha constante del ser humano en su proceso vital.
El Taijiquan es uno de los métodos peor parados de esta visión superficial al haberse confundido radicalmente su esencia. La necesidad o no de un método marcial en el siglo XXI está constantemente puesta en tela de juicio, sin embargo todos los días nos llegan noticias que hacen pensar lo contrario.
La violencia no se ha superado y no se conseguirá superar en un periodo de tiempo bastante grande si no se produce un cambio profundo en nuestra sociedad, una sociedad que a veces pretende encubrir bajo el título de arte a otras formas aberrantes de violencia que nos alejan de los elevados valores a los que podría aspirar el ser humano bajo dicha definición. Estas formas encubiertas de violencia en el ámbito popular, tanto hacia lo artístico como a lo cultural, nos ponen de frente con el arraigo que esta hipocresía institucionalizada tiene en nuestra sociedad.
Todos necesitamos practicar artes marciales en un entorno en el que la violencia fluye como una savia oscura en lo más profundo de nuestra colectividad. Lo necesitamos para enfrentarnos a las puntas desbocadas del desorden social que esta tendencia provoca, y lo necesitamos para enfrentarnos a nuestros propios conflictos interiores relacionados con una estructura moral contradictoria que tiene que vérselas todos los días con el oscuro reflejo de su propia incongruencia. Necesitamos hacerlo pero con unos nuevos valores que tengan consistencia real en el siglo XXI en el que la información, la tecnología, los modos de vida urbanos y el tejido empresarial y económico rigen el ritmo general del grupo humano. El arte marcial del siglo XXI no puede ser exclusivamente una propuesta guerrera en última instancia ni tampoco un sistema que no tenga una utilidad práctica en última instancia. Es el momento de volver la mirada al Taijiquan como opción que pueda servir a estas necesidades.
Milicia y monacato se dan cita en una forma de arte marcial sutil, amplia, filosófica y natural, en la que los principios de flujo, cesión, regulación y autocontrol son pilares fundamentales de su más directa filosofía. Con esta bipolaridad complementaria de enfoque hacia la contienda exterior y hacia la contienda interior, parece innecesario resaltar la necesidad de no amputar al arte ninguna de sus facetas, facetas que muestran la capacidad que tuvieron los antiguos maestros para unir el agua y el aceite de dos formas de entender la gestión del conflicto sin renunciar a ningún elemento propio de su cultura, de su filosofía, de su mitología, ciencia o religión.
En el Taijiquan nos encontramos todos estos elementos en un gran crisol maravillosamente orquestado y con un sentido tan actual que apenas es relevante preguntarse sobre su funcionalidad. Cualquiera que lo practique en toda su dimensión descartará de inmediato esta pregunta. Sin embargo, nos encontramos ante una situación difícil en la que definir el objetivo de la enseñanza popular del arte marcial se torna fundamental para no equivocar al interesado y no engañar al iluso. Muchas personas ven el Taijiquan como una forma de yoga dinámico con adornos taoístas que le confieren un exótico atractivo. Los que se aproximan al aprendizaje de este arte desde esa perspectiva se pueden llevar un enorme chasco cuando el profesor comienza a plantearles ejercicios que conllevan contacto con finalidad aplicativa de las técnicas contenidas en las formas. Este es uno de los grupos más numerosos de interesados por el Taijiquan como disciplina alternativa.
Por otra parte, las personas que buscan un sistema de autodefensa y se topan de frente con un aprendizaje que compite en lentitud con la propia dinámica de ejecución de las formas más simples, simplemente dejan de mirar en esa dirección para fijar su mirada en otras ofertas que representen, quizá de una forma más convincente, el estereotipo que previamente han fabricado en sus cabezas.
Estando así la situación, es difícil imaginar una evolución integral de un arte tan mal vendido de partida. Por otra parte, un arte marcial tan disonante en su mensaje inicial con el ritmo social en el que vivimos inmersos no deja de parecer contradictorio y obliga a los profesores a reenfocar sus objetivos evolutivos en la línea de lo que la demanda comercial les exige.
Tendremos que detenernos a analizar esta situación si queremos entender realmente cuáles son los objetivos finales de la práctica, tanto para los potenciales alumnos como para profesores dedicados a difundirla.