lunes, 6 de octubre de 2014

Despedir el recuerdo

«Porque nunca el alma que no haya visto la verdad puede tomar figura humana. Conviene que, en efecto, el hombre se dé cuenta de lo que le dicen las ideas, yendo de muchas sensaciones a aquello que se concentra en el pensamiento. Esto es, por cierto, la reminiscencia de lo que vio, en otro tiempo, nuestra alma, cuando iba de ca­mino con la divinidad, mirando desde lo alto a lo que aho­ra decimos que es, y alzando la cabeza a lo que es en reali­dad. Por eso, es justo que sólo la mente del filósofo sea alada, ya que, en su memoria y en la medida de lo posible, se encuentra aquello que siempre es y que hace que, por tenerlo delante, el dios sea divino. El varón, pues, que haga uso adecuado de tales recordatorios, iniciado en tales ceremonias perfectas, sólo él será perfecto. Apartado, así, de humanos menesteres y volcado a lo divino, es ta­chado por la gente como de perturbado, sin darse cuenta de que lo que está es «entusiasmado».
 Fragmento extraído del dialogo de Platón «Menón»
 Revisar nuestro interior no es tarea fácil. La hacemos de la misma forma que pretendemos revisar un armario lleno de recuerdos o de ropa que no utilizamos antes de deshacernos de su contenido. Lo intentamos enfrentándonos a la aparente dificultad de decidir qué tiramos y qué dejamos almacenado.
Vivir es decidir, constantemente, en cada instante. Decidimos sobre todo y para ir perfilando en cada momento hacia dónde nos dirigimos. Esta constante decisión nos abruma de la misma forma que nos puede acongojar la tarea de limpiar un almacén lleno de objetos olvidados.
Para decidir, para tener claro qué sí o qué no, verbalizamos una y otra vez mensajes vinculados a esos objetos, recuerdos que nos llegan incesantes reclamando su autoridad a la hora de fijar qué se va a hacer. Todo este cúmulo de decisiones constantes parecen vitales pese a la ridícula importancia que tienen respecto a otros fragmentos de nuestras vidas.
La cuestión es mucho más seria que la de un almacén lleno de objetos que no utilizamos, pero no difiere en absoluto del acto en sí de la limpieza. Cuando comenzamos esta ruta de desprendimiento progresivo, cuando optamos por revisar los estantes del recuerdo para vivir el presente real con intensidad y poder experimentar el sentido profundo de cada momento de nuestra vida, nos planteamos algunas condiciones que requerían una acción decidida, una acción en muchos casos sin retorno.
Nuestro recuerdo almacena muchos fragmentos torcidos de nuestros actos. La vida, en su proceso incesante de ensayo y error, no debería obligarnos a guardar los despojos de aquellos experimentos fallidos, aquellos instantes vividos en los que la falta de equilibrio nos llevó a tomar la decisión equivocada o la acción inoportuna. El proceso es lo que realmente cuenta. Pedal a pedal hacemos avanzar nuestras vidas dejando atrás aquello que ya ha cumplido su función inmediatamente temporal. Este almacén de recuerdos, este armario de ropa sin usar, deberíamos descargarlo de todo aquello que nos impide localizar rápidamente aquello que sí nos es útil, conscientes de que nuestro espíritu actual ya lleva impresa claramente la marca de aquello que fue un error pero que trascendimos en el acto de madurar.

Esa es una de las grandes decisiones que debemos tomar para seguir adelante. Desvincular de nuestro corazón el recuerdo innecesario, aquello que no sirvió, que dañó lo justo para hacernos variar el rumbo, que nos mostró aquella parte de nosotros que no queremos alimentar nunca más. Podemos guardar estos recuerdos en lo más profundo de nuestra mente, pero su presencia recurrente nos impedirá vaciarnos del todo en la luz que buscamos.