jueves, 20 de noviembre de 2014

Amor y compasión

 «El dominio de los fenómenos afectivos resulta siempre ambiguo. Pero no tanto porque estos fenómenos mismos lo sean –al contrario, quizá nada hay más poderosamente claro que muchos de ellos-, sino, más bien, porque se trata de un terreno poblado de realidades con fronteras mal delimitadas por la lengua natural y no mucho mejor precisadas por el análisis psicológico y filosófico, ni por la novela o el drama. Con todo, resulta difícil encontrar un ejemplo más rotundo de tales ambigüedades en la teoría que el representado por la compasión.»

Miguel García-Baró
 En la actualidad parece cada vez más justificado carecer de compasión por los demás. Este pensamiento que se filtra a través de una convivencia complicada, estresada, repleta de egoísmos y de competencia, nos lleva irremediablemente a la putrefacción progresiva de algo tan importante como resulta ser el concepto de humanidad.
Si algo nos ha permitido llegar hasta estas alturas históricas de este, mal llamado a veces, proceso evolutivo, es nuestra capacidad de amarnos y de ejercer una real compasión por los demás. Tendríamos que reflexionar sobre la forma en la que esta falta de compasión, sus causas y las posibles soluciones para resucitarla nos pueden cambiar la vida.
No estamos solos, somos sociedad además de individuos. El alma de la humanidad se descubre a cada momento  en pequeñas anécdotas que nos ponen los pelos de punta o que nos suscitan, cuando menos, una abstracción de la que no solemos salir mejor parados.

La compasión no es un ejercicio hacia lo externo, no es un acto público para aumentar alguna falsa imagen de reconocimiento que nosotros mismos nos regalamos. Estamos ante algo mucho más grande y poderoso que lo que puede ser nuestra insignificante y temporal  personalidad. Ser compasivos es ser a la vez empáticos pero sin posicionarnos excesivamente en el otro hasta el punto de caer en su misma ciénaga. La compasión como ejercicio dentro de la mística tiene un valor incalculable porque nos exige, en su práctica sincera, amar a los que nos rodean, desearles lo mejor, esforzarnos por aportar algo a sus momentos tristes, pero también nos enseña a no alimentar envidias u odios que nos impiden realmente descubrir la realidad del ser que hay debajo del personaje.

lunes, 17 de noviembre de 2014

En diciembre arrancamos con Tai Chi Kids



¿Qué es Tai Chi Kids?
Es un programa de práctica infantil de Taijiquan basado en una experiencia formativa sin precedentes en el ámbito de la formación marcial a alumnos menores de edad.
¿En qué consiste?
El programa se basa en el estudio, práctica y desarrollo del Taijiquan desde un enfoque pedagógico adaptado al grupo de edad infantil enmarcado entre los 6 y los 9 años.
¿Cómo se estructura?
Partiendo de un programa de contenidos de 5 niveles, se establecen diferentes modelos didácticos integrando el espacio, los materiales y los diferentes procedimientos del sistema, desde sus formas más simples a las más avanzadas. El trabajo corporal, los patrones respiratorios, las fórmulas de concentración y la dinámica marcial aplicada al trabajo entre compañeros garantiza una experiencia formativa dinámica y efectiva en los objetivos fijados al comienzo de la formación.
¿Cuánto dura?
La formación no tiene un tiempo total definido. El alumno que se incorpora al grupo de estudio y práctica aborda los primeros contenidos de nivel para, a partir de ahí y según la adquisición de comprensión y habilidades de cada nivel, ir avanzando a lo largo del programa hasta completarlo.
A lo largo del año, además de las sesiones semanales, los alumnos acceden a un taller monográfico mensual en el que se abordan los conceptos fundamentales del arte desde una perspectiva lúdica, amena, interactiva y efectiva en sus objetivos pedagógicos.
¿Quién lo imparte?
La formación está dirigida por Francisco J. Soriano, Maestro nacional de Taijiquan con una experiencia en formación infantil de más de 25 años. Los monitores que participan en el proyecto pertenecen todos a la línea formativa de nuestra asociación en las ramas del Taijiquan simplificado y Taijiquan tradicional.
¿Qué aporta a los alumnos?
Desde sus estructuras psicomotrices hasta la gestión respiratoria y el trabajo de concentración, todas sus propuestas apuntan en la dirección del equilibrio personal del practicante. La apuesta por un trabajo diferente en el ámbito de las artes marciales chinas nos aproxima a un nuevo concepto de formación marcial integral en la que nada queda fuera de relación. La autodefensa y el equilibrio racional del alumno se integran en un modelo coherente de vida. La filosofía del Taijiquan es la filosofía del equilibrio sin desproporciones, de la paciencia para saber esperar el momento oportuno y de la propia sinceridad que nos evita conflictos interiores.
¿Qué hace falta para empezar?
Presentarse a la sesión de prueba, disfrutarla y decidir si continuamos trabajando en ello. Para la prueba  los alumnos acceden con ropa cómoda (chándal), descalzos o con calcetines. Después pueden optar por utilizar el kimono oficial de la escuela (negro) para disfrutar mejor de la experiencia.
¿Cuándo y dónde empezamos?
El lunes 1 de diciembre en el horario de 17:00 a 18:00 en el Centro Fluxus en C/Paco Miranda 1 (Zona El Ejido).
¿Y si tengo más preguntas?
Escríbenos a malagakungfu@gmail.com y te contestamos lo antes posible.

domingo, 9 de noviembre de 2014

Convivir

Convivimos y nos adentramos progresivamente durante nuestras vidas, poco a poco, en lo que significa la vida de los otros que nos acompañan. Estamos acompañados y a la vez acompañamos para que la soledad de la vida no sea sino un eco entristecido que nunca llegue a manifestarse.
Esta realidad, estas circunstancias que nos rodean y que amplifican constantemente nuestra conciencia hacia un exterior que también nos concierne es, en muchos casos, uno de los problemas más acentuados a la hora de enfrentarse a la búsqueda del equilibrio y sus luces añadidas.
Decía Martin Luther King que hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos.
Personalmente creo que el arte de vivir no es sencillo y el convivir, a todas luces, no es fácil. No es fácil y menos aún sin el adecuado enfoque positivo. A veces olvidamos que prácticamente todo lo que nos afecta no es sino un reflejo autoproyectado que nos pone frente a una forma determinada de ver las cosas y no frente a las cosas en sí mismas.
Aquellos que viajan a nuestro lado en el tránsito vital son, igual que nosotros, almas en proceso de construcción. Les afectan las mismas cosas que a nosotros, se complican la vida igual que nosotros y nos miran de la misma forma, o quizá podrían hacerlo, en la que nosotros los miramos. Sin perder de vista esta verdad incuestionable, reflexionar sobre lo que significamos y significan para nosotros estas personas, sin manifestar por nuestra parte sentimientos de apropiación de sus vidas o sin sufrir en nuestro ser esa intención proveniente de ellos, nos facilitará enormemente la tarea de posicionarnos en el espacio equilibrado que nos permita una aproximación, cuando no relación, limpia, productiva, creativa y enriquecedora en nuestro proceso personal de crecimiento.
Todos los seres participamos del fenómeno existencial en diferentes medidas y proporciones, no siempre decididas individualmente, pero de innegables consecuencias para nuestras afirmaciones o negaciones más profundas. La convivencia no es un hándicap para la realización personal, muy por el contrario nos permite ver reflejados en otros seres aquellos aspectos de nuestra propia inconsistencia equilibrada que rechinan excesivamente en nuestra mente. Aquello que no soportamos en otros ha sido previamente no soportado en nuestro interior. Ese rechazo irracional hacia otros, hacia otras culturas, otras tendencias, otros pensamientos, es una prueba recurrente de que nos queda trabajo por hacer.
Cuando esa convivencia se traduce en un nivel de aproximación vital muy acentuado, familia, pareja o entorno laboral, un enfoque incorrecto de lo que procede nos puede llevar a cerrar por completo nuestro universo expansivo para poner a nuestra mente en un bucle de incomprensión y retroalimentación negativa que puede tener consecuencias catastróficas.
Vivir junto a otros sin exigencias, centrados en nuestros procesos profundos y permitiendo la emergencia de todo aquello que nos conecta positivamente con los demás es un buen punto de partida. Aceptar la individualidad de nuestros prójimos, sus características personales, sin más juicios que el que nos hace comprender que están también en su proceso, o no, nos lleva irremediablemente a una calma progresiva en la que la consciencia de nuestro ámbito de acción voluntaria no escapa, en la mayoría de los casos, al área que contiene nuestra piel.
Nuestra progresión humana depende de nuestra aceptación constante, decidida y elaborada de que aquello que está en proceso no debe ser tocado directamente más que por la capacidad de influenciar que tenga nuestra positividad emitida de forma natural, amorosa, sincera y respetuosa con todos los que tienen el mismo derecho a la vida plena que nosotros.

El árbol de la vida está repleto de ramas y todas dan, de una forma u otra, sus frutos en el momento oportuno. Viajar hacia las raíces de nuestra existencia nos exige no interferir negativamente en otros procesos similares al nuestro, nos exige sin miramientos una actitud positiva hacia la vida y hacia el resto de aquellos que voluntariamente se unen a nosotros en nuestro discurrir vital. Este abordaje de la convivencia nos puede permitir un progreso más en esta singladura, reconvirtiendo las tendencias fundamentalistas de nuestro ego en el asombro progresivo de todo lo que todos los que están frente a nosotros tienen que enseñarnos. La vida es un maravilloso proceso de aprendizaje del que todos formamos parte.

domingo, 2 de noviembre de 2014

Espiritualidad y artes marciales



Parecen palabras divergentes. Espiritualidad y artes marciales aparecen comúnmente ligadas en novelas o películas de tinte romántico que pretenden crear una atmósfera artificial para unir estos dos elementos en base a una lógica que poco o nada tiene que ver con lo que verdaderamente los une.
En realidad tienen mucho que ver en tanto que el individuo que pretende progresar en el camino espiritual deberá enfrentarse a un sinfín de obstáculos. Para abordar estos obstáculos las artes marciales cuentan en sus estructuras con todos aquellos elementos necesarios.
Algunas palabras se sobreutilizan y se aplican a cualquier cosa hasta el punto que acaban perdiendo su verdadero significado. Las palabras amor, paz, libertad y otras muchas sufren el mismo despropósito que podemos observar en lo espiritual.
La raíz de estas conexiones se encuentra en una visión profunda de ambos estratos de búsqueda. Por una parte, la búsqueda espiritual nos habla de una elevación progresiva del individuo desde su parte más instintiva hasta la fenomenología más depurada observable en su psiquismo. El ser humano tiene un enorme potencial de progresión como individuo en el tiempo y su conciencia debería evolucionar a la par que su organismo porque esa característica es común a todo lo que se mueve en nuestro universo.
Este potencial desde los elementos profundos de supervivencia, nuestra materialidad corpórea, hacia nuestra elevación a los territorios sutiles de la conciencia, nuestro espíritu, se expresa constantemente en cada una de las acciones que realizamos a lo largo de nuestros días. El camino espiritual es el camino de un guerrero que se enfrenta a cada momento con la dura tarea de salirse de sí mismo para prestar atención a los procesos internos y externos que están condicionando su evolución. Desde esa distancia, sin intervención de la estructura del ego, debe interpretar correctamente esos signos y sin enjuiciarlos, establecer los procedimientos pertinentes que le permitan recoger los frutos sagrados de la experiencia y dejar las pieles y semillas intragables para que abonen el terreno para los que se alimentan de otra forma. La vida en su desarrollo no desaprovecha nada, todo debe tener un sentido.
El artista marcial es ante todo un germen inicial de un modelo humano superior. Con esto no quiero marcar diferencias de orden jerárquico social o humano. Simplemente me concentro en los objetivos reales del artista marcial verdadero, de tallar las aristas que la herencia, la cultura, la historia y su propia energética individual arrastran al territorio existencial.
Este territorio, para el amante del arte, está compuesto de esfuerzo físico y mental. Los pilares de la superación personal tienen poco que ver con la típica progresión fugaz a la que apuntan las películas. Tienen que ver con una absoluta sinceridad de nuestro deterioro material, de las pautas limitantes de nuestro cuerpo con respecto a nuestra capacidad espiritual y psíquica. El hombre puede amar, puede comprender, puede entender qué está pasando. Puede sentir cómo eso que está pasando lo está intentando transformar, cómo está pretendiendo la situación transformar el sentimiento visual y dinámico de su intención y su propia voluntad de materializar un alma sin desperdicios.
La técnica, el trabajo físico o el trabajo estratégico, dentro del arte, tiene que ver con un contexto en el que nuestro miedos, nuestra ira, nuestro rencor o nuestras dudas activas más profundas pueden emerger. Aprender a defenderse es desarrollar poco a poco una confianza en nuestro propio potencial para defender unos valores sin menoscabo de que, en última instancia, no podamos conseguir mantenerlos más allá de nosotros mismos. Aprender a aceptarlo es también comprender el presente de una forma más profunda y más real.
La naturaleza es contundente, despiadada, irracional. Esta realidad del medio en el que operamos no debe olvidarse para no caer en la ilógica sensación de que el universo es un espacio de confort. Podemos lograr ese confort interior a base de crear una estructura física y psíquica lo suficientemente fuerte como para que nada la doblegue. La práctica del guerrero ahonda en esas características del individuo para plantearle propuestas de aproximación a sus propios límites, no exclusivamente para mostrarlos, sino para entender las vías de trascendencia de los mismos y poder realizar el salto constante de un plano de conciencia inferior a otro plano superior integrando ambos en nuestra experiencia vital.
El alma del ser humano está en constante configuración y el encaje de las realidades que percibimos, los parámetros en los que se basa dicha percepción y la cantidad de progresión que una u otra aptitud nos consienten forma parte de la misma filosofía marcial que reconecta al individuo con el guerrero del espíritu que pretende ser. La palabra guerrero también ha sido capturada una y otra vez por un contexto que la sitúa de continuo entre las armas y la sangre. Para el artista marcial el guerrero lo es en virtud a su voluntad inequívoca de afrontar los obstáculos en un orden que le permita no retraerse de su verdadera función vital que es la de evolucionar, progresar constantemente y transmitir esta progresión para que el proceso evolutivo de la conciencia humana no se detenga en nuestras insignificante miserias personales. La luz y la oscuridad van de la mano en nuestro interior y el espíritu luminoso que busca un artista marcial no difiere del que busca un místico. Lo hace desde la realidad inmediata sin perderse ningún acontecimiento útil para el proceso.
Los disfraces, las desviaciones en las que las corrientes de pensamiento establecen imágenes fijas a las que adorar o desde las que proyectar una falsa imagen de santidad, no tienen nada que ver con lo que estos métodos promulgan o deberían promulgar desde lo poco que he comprendido de los gigantes a cuyas espaldas caminamos. Todo fue hecho ya, todo ha sido configurado para que el hombre en su magnitud y su minúscula presencia en el universo, sea la chispa desde la que deben arder los corazones de futuras estrellas en las que la conciencia, como hilo conductor del sentido de un universo infinito en expansión y contracción, represente el fuego del corazón guerrero que alimenta la voluntad de cualquier artista marcial verdadero. En ese punto la espiritualidad del guerrero es incuestionable, ahí se encuentran de facto estos dos caminos y se fusionan en una única búsqueda personal.

domingo, 26 de octubre de 2014

Viajando a través del tiempo

Decía Einstein que vemos la luz del atardecer anaranjada y violeta porque llega demasiado cansada de luchar contra el espacio y el tiempo. A veces, nosotros también llegamos al final de la jornada en las mismas condiciones. El tiempo parece ir cada vez más deprisa y la sensación, con el paso de los años, se acentúa tanto que llegamos a imaginar que su propia dinámica está cambiando.
¿Qué nos ocurre? ¿Por qué se nos aprieta tanto el tiempo que los días parecen volar y el presente se nos escurre casi sin darnos cuenta? Esta es una cuestión que bien merece ser reflexionada.
La vida es sin duda algo maravilloso, algo rotundo y bello que evoluciona en fragmentos de tiempo cuya cadencia, ritmo y proporción apenas podemos llegar realmente a imaginarnos desde nuestra leve existencia temporal. Nuestra gran herramienta para la interpretación de todo este universo son la mente y sus consejeros (los sentidos), estos gestionan nuestra experiencia emergente dándonos toda la información que necesitamos para sentirnos una parte indivisible, aunque separable, de este todo inmenso que es el universo.
Nuestra psique nos susurra la proporción de lo que nos llega. Algo es lo suficientemente preocupante, o no, en virtud a los parámetros informativos previos que hemos registrado en la plantilla de paradigmas temporales de nuestra mente. Todo está tan condicionado por ese pasado lleno de registros, afirmaciones, ritmos, sensaciones y experiencias combinadas que poco podemos hacer si intentamos volver al pasado para arreglar el entuerto. Pero, aunque esta afirmación pudiera parecernos inicialmente una tontería, es en verdad aquello que solemos hacer metiéndonos en un bucle de pensamientos que no termina porque no podemos viajar a un fragmento inexistente ya de nuestra realidad.
Muchas veces nos enfrentamos a la situación de no poder quitarnos algo de la cabeza que hicimos, que chocó frontalmente contra nuestra estructura de valores predefinida, y nos enredamos más y más intentando cambiar nuestro recuerdo para que este se transforme en soportable.
La mente no funciona así. El olvido ocurre de forma natural pero difícilmente puede operar cuando procesos mentales se empeñan en volver una y otra vez a ese momento para intentar transformarlo. Parece que la solución es bien sencilla, basta con dejar de volver a esa reflexión y poco a poco, esa parte de nosotros que gestiona los recuerdos, hará su oportuno trabajo.
Ahora bien, parece no existir un momento del día en el que podamos dedicarnos a esa tarea de silenciar la mente, de estar en calma, sentados o tumbados, sin prisas ni misiones inmediatas que cumplir. Todo insiste en apartarnos de nuestro momento de meditación. Sin embargo los mecanismos a los que podemos acceder desde la idea de una mística integrada en nuestras vidas son innumerables para solventar este problema del tiempo. Veamos algo más sobre esto.
Partamos de la base de que el tiempo no se distorsiona según nuestras perspectivas personales, es una constante sobre la que nuestra conciencia amplía o reduce significativamente su impresión en base al cúmulo de cuestiones en las que se encuentre implicada a cada momento. Por lo tanto, como punto de partida, debemos confiar en estos elementos fijos para poder desarrollar un sentido práctico a nuestra comprensión del problema. Sigamos.
Por otra parte, la tecnología que nos rodea, su ritmo de funcionamiento, su ritmo de producción, de distribución, de difusión, está progresivamente acelerando en virtud a las exigencias de competitividad que rigen en nuestro sistema social sobrepoblado y ambicioso. Parece evidente que, cuantos más seamos, más se va a ir acelerando todo lo que hacemos.

Esto, lejos de parecernos una locura, deberíamos ir integrándolo dentro de nuestra perspectiva sin oponernos a su incuestionable realidad y, aunque no podemos hacer nada inmediato para parar esta aceleración circundante, sí podemos hacer mucho para que nuestro pensamiento, nuestra conciencia y nuestra acción no se contagien de esta locura progresivamente acelerada.

viernes, 17 de octubre de 2014

El Target del Taijiquan 3 (Final)




Con todo este desaguisado no es de extrañar que cada vez haya menos profesores interesados en enseñar el arte en su conjunto y que, por otra parte, proliferen los esperpénticos personajes salidos de una novela del siglo XIX intentando recrear un entorno quijotesco en una sociedad industrial y tecnológica como es la nuestra. No quiero decir con esto que todos los que pretenden abordar estudios o prácticas señaladas como de órdenes monásticas sean este tipo de personajes, pero el terreno es en realidad muy fecundo para estas emergencias.
En ambos casos, la situación se presenta en toda su crudeza y no debe extrañarnos que, poco a poco, lo que conocíamos como arte marcial interno se termine convirtiendo en gimnasia suave y relajada en la que los elementos místicos del profesor se transfieren al alumno en una especie de alquimia insospechada que siempre suele llevar el sello del «pague usted su iluminación repentina que yo después me quito el moño y me voy de copas». También es posible que sea lo que obedece en justicia para alumnos o interesados a los que no les interesa, valga la redundancia, en absoluto profundizar en nada sino que, por encima de todo, pidan que el arte en su conjunto se adapte al ideal que ellos se habían formado. Un ideal basado en una película, un anuncio, una imagen de una revista o un petardo muy cerca de la cabeza.
En esos casos, parece que el precio nunca es un problema. Cuando la promesa es la iluminación, el reconocimiento como heredero de un linaje que ni los mismos historiadores chinos se terminan de creer, me refiero al Taijiquan, y la imposición de una jerarquía humana que sitúa a unos más avispados por encima de otros sedientos de algo que no saben, ahí si merece la pena pagar lo que haga falta. Si para colmo se entrega diploma certificando la jugada, pues todo el mundo feliz. Esta es la cruda realidad.
Ante esta perspectiva, pocas son las posibilidades que tiene un profesor de Taijiquan que pretenda enseñar el arte en su conjunto. En realidad no tendrá muchas si pretende vivir de su trabajo. Podrá enseñarlo si su medio de subsistencia es otro. A partir de ese momento es posible que decida dar clases en un polideportivo a cuarenta personas cobrando 6 euros la hora en el mejor de los casos. Cuarenta personas de las que unos días repetirán sesión unas y otros días repetirán otras, si la clase de Spinning estaba llena ese día. El panorama aparenta ser desolador de cara a este objetivo.
Pero también existen otras opciones que no hay que descartar. La enseñanza, la cultura, la formación desde los elementos externos del arte pueden cambiar esta perspectiva. Cambiar el objetivo de atracción de los alumnos ofreciendo algo de lo que realmente están buscando.
Los interesados en practicar artes marciales están buscando desarrollar un método de defensa personal, quieren seguridad, fortaleza física, robustez de carácter. Todos estos elementos se pueden encontrar en la práctica marcial interna, pero hay que tener una madurez en la práctica para darse cuenta de ello. Por este motivo, la formación inicial en Taijiquan para interesados en artes marciales quizá debería, tal y como están las cosas, comenzar desde la enseñanza y aprendizaje de una estructura externa de combate, un sistema que integre aquellos elementos tangibles, contundentes y efectivos a medio plazo. A partir de ahí, cuando el yang llegue a su cenit y la técnica se encuentre con otra técnica, el máximo de fuerza con otro máximo de fuerza y la desesperación con la necesidad, en ese momento mágico, es posible que los conceptos de ceder, seguir, transformar y tantos otros cobren un inmediato sentido.
Para llegar a ese momento el alumno debe crecer en seriedad, en humildad. Debe desprenderse de toda la basura televisiva que traía en la mochila. Debe dejar que el profesor haga su trabajo y no imponerle esto o aquello que le ha comentado su vecino. El alumno debería, como se hacía en las antiguas escuelas de artes marciales chinas, respetar a su padre en el ámbito de la formación marcial, entender que su trabajo es sutil, necesario, complejo, lento, interior, personal, transferible, humilde, sincero y digno de confianza. También tiene que definir personalmente su objetivo en la práctica. Desde ese límite, desde el borde final del yang no queda más opción que saltar a lo complementario o quemarse finalmente en una lateralidad consumidora.
Lo relativo a la imagen terapéutica del Taijiquan se puede abordar con otro compromiso o con otros objetivos de desarrollo que no pueden ser enmarcados dentro del concepto de arte marcial propiamente dicho. Quizá Qi Gong o Taijiquan para la salud, no son definiciones tan extrañas si las vemos desde esta perspectiva.
Por estos motivos, desde nuestra experiencia como centro de formación en artes marciales chinas, creemos profundamente necesaria una cultura marcial previa al inicio del estudio de los estilos internos de boxeo chino. No porque esto sea realmente necesario, sino porque se ha convertido en necesidad en nuestra sociedad según lo que comentábamos al principio. Definir bien el objetivo de la práctica y ofrecer a los alumnos la posibilidad de evolucionar personalmente en la comprensión de esta idea es algo, desde nuestro punto de vista, mucho más honesto que disfrazar el arte de misticismo monástico o desgajarlo en su esencia para presentar un modelo que se adecúe a lo que la tele nos muestra en los anuncios de yogur.

jueves, 16 de octubre de 2014

Andando que es gerundio

De las múltiples actividades que realizamos a lo largo del día, parece que caminar es una de las más saludables. Todos los médicos nos lo recomiendan. ¡¡Andar, una fórmula óptima para mantener la salud!!. ¿Mental?
En más de una ocasión me he cruzado en alguno de mis paseos con personas que también paseaban. Unas muy bien equipadas para la caminata matutina, otras en aparente fuga de alguna sombra misteriosa, algunas con auriculares y música de alto voltaje. Otros enchufados a un móvil realmente inoportuno.
Reflexionando sobre esta forma de caminar me pregunto si realmente el acto en sí de caminar es tan saludable cuando se aborda desde esa perspectiva.
Las recomendaciones sobre la salud deberían ir acompañadas de algunas indicaciones básicas sobre la forma de caminar, la intensidad física y mental del ejercicio, sus objetivos reales, sus beneficios específicos. Caminar no es solo desplazarse, es también acercarse a aquello a lo que nos dirigimos o alejarse de aquello de lo que nos despedimos.
De los múltiples actos que podemos acometer en nuestra mística doméstica, caminar es uno de los más interesantes. Pero para hacerlo de una forma útil me permitiré detallar algunas indicaciones para que nuestros domisticados no vayan por ahí en meditación caminada revisando los correos electrónicos en el Smartphone.
El acto de caminar es uno de los acontecimientos que marca una diferencia sustancial entre las especies. Sin que nos sintamos muy importantes debemos asumir que el incorporarnos ha marcado, de algún modo, serias diferencias con nuestros hermanos primates. Sin embargo, pese a esta evolución, parece que en algunos aspectos, sobre todo en el plano de la mística, muchos monos están más cercanos al tao de lo que lo estamos nosotros.
Dado que es algo que nos ha situado tan arriba sobre el conjunto de especies, deberíamos cultivarlo como un acto sagrado del que podemos extraer numerosos beneficios y que puede ser de gran apoyo a nuestra ruta interior.
Calcular cuánto, cómo, por dónde y para qué son algunas de las habituales preguntas que nos hacemos antes de acometer cualquier empresa. En este caso son también harto necesarias.

Podemos interpretar el acto de caminar como un acto de escucha. Nuestro cuerpo al caminar alterna constantemente su peso de una pierna a la otra. Nuestras caderas reciben la carga de nuestra parte superior y la van distribuyendo, rítmicamente, en un vaivén delicioso entre nuestras piernas. Este vaivén, cuando es acompañado por el ritmo alterno de los brazos que se balancean, integra el resto de nuestro cuerpo en una constante experiencia de lateralidades mutantes que nos pueden dar mucha información sobre el estado de tensión de nuestro cuerpo. Como ejercicio entendemos que es de una gran utilidad porque, no solo moviliza nuestra sangre y hace funcionar con mayor intensidad a muchos de nuestros órganos, también nos permite conocer las tensiones que acumulamos en algunas partes de nuestro cuerpo y, en consecuencia, poder abordar los cambios necesarios para disolverlas.

lunes, 6 de octubre de 2014

Despedir el recuerdo

«Porque nunca el alma que no haya visto la verdad puede tomar figura humana. Conviene que, en efecto, el hombre se dé cuenta de lo que le dicen las ideas, yendo de muchas sensaciones a aquello que se concentra en el pensamiento. Esto es, por cierto, la reminiscencia de lo que vio, en otro tiempo, nuestra alma, cuando iba de ca­mino con la divinidad, mirando desde lo alto a lo que aho­ra decimos que es, y alzando la cabeza a lo que es en reali­dad. Por eso, es justo que sólo la mente del filósofo sea alada, ya que, en su memoria y en la medida de lo posible, se encuentra aquello que siempre es y que hace que, por tenerlo delante, el dios sea divino. El varón, pues, que haga uso adecuado de tales recordatorios, iniciado en tales ceremonias perfectas, sólo él será perfecto. Apartado, así, de humanos menesteres y volcado a lo divino, es ta­chado por la gente como de perturbado, sin darse cuenta de que lo que está es «entusiasmado».
 Fragmento extraído del dialogo de Platón «Menón»
 Revisar nuestro interior no es tarea fácil. La hacemos de la misma forma que pretendemos revisar un armario lleno de recuerdos o de ropa que no utilizamos antes de deshacernos de su contenido. Lo intentamos enfrentándonos a la aparente dificultad de decidir qué tiramos y qué dejamos almacenado.
Vivir es decidir, constantemente, en cada instante. Decidimos sobre todo y para ir perfilando en cada momento hacia dónde nos dirigimos. Esta constante decisión nos abruma de la misma forma que nos puede acongojar la tarea de limpiar un almacén lleno de objetos olvidados.
Para decidir, para tener claro qué sí o qué no, verbalizamos una y otra vez mensajes vinculados a esos objetos, recuerdos que nos llegan incesantes reclamando su autoridad a la hora de fijar qué se va a hacer. Todo este cúmulo de decisiones constantes parecen vitales pese a la ridícula importancia que tienen respecto a otros fragmentos de nuestras vidas.
La cuestión es mucho más seria que la de un almacén lleno de objetos que no utilizamos, pero no difiere en absoluto del acto en sí de la limpieza. Cuando comenzamos esta ruta de desprendimiento progresivo, cuando optamos por revisar los estantes del recuerdo para vivir el presente real con intensidad y poder experimentar el sentido profundo de cada momento de nuestra vida, nos planteamos algunas condiciones que requerían una acción decidida, una acción en muchos casos sin retorno.
Nuestro recuerdo almacena muchos fragmentos torcidos de nuestros actos. La vida, en su proceso incesante de ensayo y error, no debería obligarnos a guardar los despojos de aquellos experimentos fallidos, aquellos instantes vividos en los que la falta de equilibrio nos llevó a tomar la decisión equivocada o la acción inoportuna. El proceso es lo que realmente cuenta. Pedal a pedal hacemos avanzar nuestras vidas dejando atrás aquello que ya ha cumplido su función inmediatamente temporal. Este almacén de recuerdos, este armario de ropa sin usar, deberíamos descargarlo de todo aquello que nos impide localizar rápidamente aquello que sí nos es útil, conscientes de que nuestro espíritu actual ya lleva impresa claramente la marca de aquello que fue un error pero que trascendimos en el acto de madurar.

Esa es una de las grandes decisiones que debemos tomar para seguir adelante. Desvincular de nuestro corazón el recuerdo innecesario, aquello que no sirvió, que dañó lo justo para hacernos variar el rumbo, que nos mostró aquella parte de nosotros que no queremos alimentar nunca más. Podemos guardar estos recuerdos en lo más profundo de nuestra mente, pero su presencia recurrente nos impedirá vaciarnos del todo en la luz que buscamos.