Convivimos
y nos adentramos progresivamente durante nuestras vidas, poco a poco, en lo que
significa la vida de los otros que nos acompañan. Estamos acompañados y a la
vez acompañamos para que la soledad de la vida no sea sino un eco entristecido
que nunca llegue a manifestarse.
Esta
realidad, estas circunstancias que nos rodean y que amplifican constantemente
nuestra conciencia hacia un exterior que también nos concierne es, en muchos
casos, uno de los problemas más acentuados a la hora de enfrentarse a la
búsqueda del equilibrio y sus luces añadidas.
Decía
Martin Luther King que hemos
aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero no hemos
aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos.
Personalmente
creo que el arte de vivir no es sencillo y el convivir, a todas luces, no es
fácil. No es fácil y menos aún sin el adecuado enfoque positivo. A veces
olvidamos que prácticamente todo lo que nos afecta no es sino un reflejo
autoproyectado que nos pone frente a una forma determinada de ver las cosas y
no frente a las cosas en sí mismas.
Aquellos
que viajan a nuestro lado en el tránsito vital son, igual que nosotros, almas
en proceso de construcción. Les afectan las mismas cosas que a nosotros, se
complican la vida igual que nosotros y nos miran de la misma forma, o quizá
podrían hacerlo, en la que nosotros los miramos. Sin perder de vista esta
verdad incuestionable, reflexionar sobre lo que significamos y significan para
nosotros estas personas, sin manifestar por nuestra parte sentimientos de
apropiación de sus vidas o sin sufrir en nuestro ser esa intención proveniente
de ellos, nos facilitará enormemente la tarea de posicionarnos en el espacio
equilibrado que nos permita una aproximación, cuando no relación, limpia,
productiva, creativa y enriquecedora en nuestro proceso personal de
crecimiento.
Todos
los seres participamos del fenómeno existencial en diferentes medidas y
proporciones, no siempre decididas individualmente, pero de innegables
consecuencias para nuestras afirmaciones o negaciones más profundas. La
convivencia no es un hándicap para la realización personal, muy por el
contrario nos permite ver reflejados en otros seres aquellos aspectos de
nuestra propia inconsistencia equilibrada que rechinan excesivamente en nuestra
mente. Aquello que no soportamos en otros ha sido previamente no soportado en
nuestro interior. Ese rechazo irracional hacia otros, hacia otras culturas,
otras tendencias, otros pensamientos, es una prueba recurrente de que nos queda
trabajo por hacer.
Cuando
esa convivencia se traduce en un nivel de aproximación vital muy acentuado,
familia, pareja o entorno laboral, un enfoque incorrecto de lo que procede nos
puede llevar a cerrar por completo nuestro universo expansivo para poner a
nuestra mente en un bucle de incomprensión y retroalimentación negativa que
puede tener consecuencias catastróficas.
Vivir
junto a otros sin exigencias, centrados en nuestros procesos profundos y
permitiendo la emergencia de todo aquello que nos conecta positivamente con los
demás es un buen punto de partida. Aceptar la individualidad de nuestros
prójimos, sus características personales, sin más juicios que el que nos hace
comprender que están también en su proceso, o no, nos lleva irremediablemente a
una calma progresiva en la que la consciencia de nuestro ámbito de acción voluntaria
no escapa, en la mayoría de los casos, al área que contiene nuestra piel.
Nuestra
progresión humana depende de nuestra aceptación constante, decidida y elaborada
de que aquello que está en proceso no debe ser tocado directamente más que por
la capacidad de influenciar que tenga nuestra positividad emitida de forma
natural, amorosa, sincera y respetuosa con todos los que tienen el mismo
derecho a la vida plena que nosotros.
El
árbol de la vida está repleto de ramas y todas dan, de una forma u otra, sus
frutos en el momento oportuno. Viajar hacia las raíces de nuestra existencia
nos exige no interferir negativamente en otros procesos similares al nuestro,
nos exige sin miramientos una actitud positiva hacia la vida y hacia el resto
de aquellos que voluntariamente se unen a nosotros en nuestro discurrir vital.
Este abordaje de la convivencia nos puede permitir un progreso más en esta
singladura, reconvirtiendo las tendencias fundamentalistas de nuestro ego en el
asombro progresivo de todo lo que todos los que están frente a nosotros tienen
que enseñarnos. La vida es un maravilloso proceso de aprendizaje del que todos
formamos parte.