domingo, 9 de noviembre de 2014

Convivir

Convivimos y nos adentramos progresivamente durante nuestras vidas, poco a poco, en lo que significa la vida de los otros que nos acompañan. Estamos acompañados y a la vez acompañamos para que la soledad de la vida no sea sino un eco entristecido que nunca llegue a manifestarse.
Esta realidad, estas circunstancias que nos rodean y que amplifican constantemente nuestra conciencia hacia un exterior que también nos concierne es, en muchos casos, uno de los problemas más acentuados a la hora de enfrentarse a la búsqueda del equilibrio y sus luces añadidas.
Decía Martin Luther King que hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos.
Personalmente creo que el arte de vivir no es sencillo y el convivir, a todas luces, no es fácil. No es fácil y menos aún sin el adecuado enfoque positivo. A veces olvidamos que prácticamente todo lo que nos afecta no es sino un reflejo autoproyectado que nos pone frente a una forma determinada de ver las cosas y no frente a las cosas en sí mismas.
Aquellos que viajan a nuestro lado en el tránsito vital son, igual que nosotros, almas en proceso de construcción. Les afectan las mismas cosas que a nosotros, se complican la vida igual que nosotros y nos miran de la misma forma, o quizá podrían hacerlo, en la que nosotros los miramos. Sin perder de vista esta verdad incuestionable, reflexionar sobre lo que significamos y significan para nosotros estas personas, sin manifestar por nuestra parte sentimientos de apropiación de sus vidas o sin sufrir en nuestro ser esa intención proveniente de ellos, nos facilitará enormemente la tarea de posicionarnos en el espacio equilibrado que nos permita una aproximación, cuando no relación, limpia, productiva, creativa y enriquecedora en nuestro proceso personal de crecimiento.
Todos los seres participamos del fenómeno existencial en diferentes medidas y proporciones, no siempre decididas individualmente, pero de innegables consecuencias para nuestras afirmaciones o negaciones más profundas. La convivencia no es un hándicap para la realización personal, muy por el contrario nos permite ver reflejados en otros seres aquellos aspectos de nuestra propia inconsistencia equilibrada que rechinan excesivamente en nuestra mente. Aquello que no soportamos en otros ha sido previamente no soportado en nuestro interior. Ese rechazo irracional hacia otros, hacia otras culturas, otras tendencias, otros pensamientos, es una prueba recurrente de que nos queda trabajo por hacer.
Cuando esa convivencia se traduce en un nivel de aproximación vital muy acentuado, familia, pareja o entorno laboral, un enfoque incorrecto de lo que procede nos puede llevar a cerrar por completo nuestro universo expansivo para poner a nuestra mente en un bucle de incomprensión y retroalimentación negativa que puede tener consecuencias catastróficas.
Vivir junto a otros sin exigencias, centrados en nuestros procesos profundos y permitiendo la emergencia de todo aquello que nos conecta positivamente con los demás es un buen punto de partida. Aceptar la individualidad de nuestros prójimos, sus características personales, sin más juicios que el que nos hace comprender que están también en su proceso, o no, nos lleva irremediablemente a una calma progresiva en la que la consciencia de nuestro ámbito de acción voluntaria no escapa, en la mayoría de los casos, al área que contiene nuestra piel.
Nuestra progresión humana depende de nuestra aceptación constante, decidida y elaborada de que aquello que está en proceso no debe ser tocado directamente más que por la capacidad de influenciar que tenga nuestra positividad emitida de forma natural, amorosa, sincera y respetuosa con todos los que tienen el mismo derecho a la vida plena que nosotros.

El árbol de la vida está repleto de ramas y todas dan, de una forma u otra, sus frutos en el momento oportuno. Viajar hacia las raíces de nuestra existencia nos exige no interferir negativamente en otros procesos similares al nuestro, nos exige sin miramientos una actitud positiva hacia la vida y hacia el resto de aquellos que voluntariamente se unen a nosotros en nuestro discurrir vital. Este abordaje de la convivencia nos puede permitir un progreso más en esta singladura, reconvirtiendo las tendencias fundamentalistas de nuestro ego en el asombro progresivo de todo lo que todos los que están frente a nosotros tienen que enseñarnos. La vida es un maravilloso proceso de aprendizaje del que todos formamos parte.