domingo, 7 de septiembre de 2014

Preparativos del viaje

Decididos a hacer este pequeño pero incesante viaje, es el momento de hacer las maletas, sacar los mapas, comprar los billetes y dar el primer paso. Instrucciones relativamente fáciles pero que requieren de la suficiente energía como para emprenderlas.
¿Cómo empezamos? ¿Qué objetivos, qué planes debemos abordar para explorar nuestra interioridad olvidada y encontrarnos antes del desconcierto absoluto? Nuestro día a día, nuestra sociedad, nuestro entorno en general nos ofrecen mil maneras de entrar en acción rumbo a nuestro destino desconocido. En nuestro viaje nos debe acompañar un único elemento, uno sencillo, uno que no se puede romper u olvidar en algún sitio: «una idea».
La mística nos invita a no pensar, pero para llegar a este no pensamiento tenemos que cruzar el río de nuestro propio desconcierto, de nuestra realidad presente inundada de elementos que iremos conociendo en el viaje. El mejor barco, el mejor elemento de flotación para cruzar ese rio es una idea lo suficientemente fuerte, estable, coherente con todo lo que somos ahora mismo e irrebatible. Una idea que nos mantenga a flote cuando lleguen las corrientes, cuando el nivel del rio sea mínimo, cuando otros como nosotros intenten abordarnos, sobre todo, cuando la duda haga su trabajo. Nuestra idea a de ser simple, concreta, pura. ¿Cómo encontrar esa idea, ese motor de flotación sobre el que vamos a cruzar el rio que nos lleva hasta nuestro principio y sentido real?
Si partimos de la base de que la experiencia de la realidad última transciende la capacidad de comprensión racional, podemos fijar una idea de partida bastante útil para nuestro periplo. Somos de momento una insignificante individualidad racional que pretende ser algo frente a una magnitud creativa inconmensurable, como resulta ser el universo que nos rodea, nos contiene y nos da forma. Para captar plenamente el presente debemos dejar de reflexionar sobre todas las cosas, tenemos que fijar nuestro foco, nuestra energía mental absolutamente en un modelo de observación no discriminativa, no evaluativa, una visión que no opine sobre lo que está viendo, que no lo filtre por ninguna rejilla de nuestras experiencias, nuestra personalidad, nuestros recuerdos o nuestros pensamientos más acelerados. Necesitamos de base asentar esta idea: 
«No vamos a poder experimentar el momento presente de forma racional porque el mismo proceso racional nos va a sacar inevitablemente de él».
 Incluso repensar el momento nos sacará temporalmente del momento. Sólo si paramos de pensar, si paramos de intentar formar una opinión podremos abordar una captación directa, experiencial, íntegra de cada instante que va sucediendo en nuestra vida.
¿Cuándo podemos hacer esto? Podemos hacerlo mientras realizamos cualquier tarea doméstica que nos exija cierto grado de mecanización: fregar, planchar, pintar, hacer la colada, recoger y ordenar objetos de la casa, preparar la comida, etc. También podemos intentar este estado durante el acto de caminar, descansando la mente mientras nos dirigimos a cualquier lugar. Realizar actividades físicas que impliquen observación concentrada para su realización puede ser un buen pretexto para poner en práctica este principio introductor.
Detener la reflexión será prácticamente imposible si previamente no educamos a nuestro pensamiento a no dispersarse involuntariamente. Nuestro pensamiento, tal y como resaltábamos en el primer post, es fabricado por nosotros. Nosotros lo producimos y no obedece realmente de forma directa a los estímulos externos, obedece a la educación que le hemos planteado para reaccionar sobre esos elementos externos. Por lo tanto, puede volver a ser educado y ajustado según lo necesitemos.
Para hacerlo debemos ir reduciendo los ámbitos de movimiento en los que opera habitualmente. Un primer punto de partida podría ser observar nuestro proceso respiratorio puntualmente. Dedicar unos minutos al día a contar nuestras respiraciones sin pensar en nada más, solo en mencionar mentalmente la fase de inhalación y la fase de exhalación durante unos minutos. Podemos conseguir con ello una reducción de los espacios de dispersión del pensamiento y, por lo tanto, iremos poco a poco obteniendo el dominio que necesitamos sobre él.
¿Por qué necesitamos controlar el pensamiento? Como decíamos en párrafos anteriores, si la razón interviene nos sacará de la percepción real, pura e integral del presente. Cualquier intento que hagamos de penetrar en el presente con un proceso racional en marcha lo disolverá inmediatamente.
También es posible que abordar este control del pensamiento nos active otros pensamientos colaterales. Si vemos que el proceso se convierte en una batalla tenemos que utilizar un mantra coherente para silenciar momentáneamente el ruido. Nosotros recomendamos uno muy simple y a la vez efectivo: «CALMA»
Esta palabra contiene todo lo que necesitamos. Cuando los procesos racionales nos abrumen, tenemos que decir en silencio, relajando el cuerpo y la respiración, con las manos en el corazón la palabra «calma».

Crear un hábito de descanso mental, de focalización específica del pensamiento nos permitirá, poco a poco, ir percibiendo un presente sin intervención de nuestros estratos anteriores y nuestras proyecciones posteriores. Podremos dar un paso para comenzar nuestro viaje.